miércoles, agosto 02, 2006

Y así con la cosa


porque cuando cocinas puedes contar cómo lo estás haciendo. Claro, está el cuento de que la masa se hace así, que hay que ponerle no-sé-qué-cosa, que hay que amasarla hasta-que-se-tire-peítos, que después se fríe un anda-tú-a-saber por chorrocientos minutos... etcétera. Harto de qué hablar. Y por supuesto, cuando sirves el plato, los comensales ponen de su parte. Comentarios, consultas, insultos, cejas levantadas, chupadas de bigotes, más etcétera.

El problema es cuando la porquería está en el horno y lleva un buen rato ahí, y está a punto de salir. ¿Han visto algo más parqueado que un cocinero en la puerta del horno contando los segundos del último minuto?

Bueno, así me siento justo ahora. Parqueado como el cocinero. No tengo nada que contar. Osea, podría, pero ya lo he repetido tantas veces que bloguear lo mismo me resulta como el equivalente literario de un suspiro limeño. A la segunda mascada te hostigaste.

Así que no pienso divagar mientras preparo el banquete. El 10 de agosto les cuento cómo me quedó la entrada. Pa'l plato de fondo, falta un poquitito.

Se está dorando.

1 comentario:

Marce dijo...

Cuidado... bien dicen las abuelitas q el pan se quema en la puerta del horno. Cuando esté servido toca la campana y festejamos.
Te amo.