domingo, diciembre 10, 2006

Efemérides

No me caracterizo por ser una persona que se meta en temas de política. Tampoco por ser el tipo más informado de la faz de la tierra. De hecho, tengo que reconocer que, societalmente hablando, soy un poquitín indolente. No salgo a protestar. Meto pocas monedas en las colectas. No estoy en un partido. Gracias al cielo, me he dado cuenta de que soy una buena influencia para quien sea que está cerca mío (me siento bastante orgulloso de eso; reparto buena onda), así que ese pensamiento me hace sentirme un poco menos podrido cuando llega la hora de las cuentas.

Pero hoy murió el viejo. Y aunque soy un tipo más bien indolente, aunque no estoy inscrito en un partido, aunque no eleve pancartas, igual me llegó. Cobré de un zopetón la conciencia de la historia, de mi país (el nombre) y de mi país (la gente). Y de que tengo algo que decir.

Somos primates, gente; somos el último invento de la naturaleza. No fuimos criados con dientes de sable ni piel con escamas, no medimos quince metros ni tenemos cuatro hileras de dientes. La razón de nuestro éxito es otra; es la colaboración. Uno corta las ramas, otro las pule, otro desgasta los huesos y otro arma las lanzas. En patota matamos al mamut.

Hoy murió el viejo. Pena para unos, gloria para otros, lo único que no está sometido a debate es que el viejo está más helado a cada minuto que pasa. Y que en algunos días se va a poner hediondo. Y en algunos meses más va a ser excremento de gusano. ¿Qué tiene que ver esto, cuál es la relación entre todas estas cosas?

Que el viejo se olvidó de un detalle. Somos primates, pero también somos algo más. Tenemos memoria. Okey, mala memoria, pero memoria al fin y al cabo. Las personas trascendemos en virtud de lo que hacemos en la vida, entre nuestros semejantes. Como decía David Franzoni en el guión de Gladiator: "lo que hacemos aquí en la tierra, tiene eco en la eternidad". Pues resulta, viejo, que te olvidaste de un detalle. La memoria aumenta con el cariño. Nadie recuerda el nombre del centurión que azotó al nazareno.

Ver las noticias me recuerda el discurso de Kennedy. "Nuestro mayor interés en común es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos abrigamos un futuro para nuestros hijos. Y todos somos mortales". El viejo se olvidó de eso. Claro, alguien podría decirme que en una de esas el tema le importaba un rábano (y es probable que tenga razón), pero igual existe otro detalle: tenemos nombre. Y se lo heredamos a nuestra prole. Y si nuestra forma de trascender es oscura, nuestro nombre y el de nuestros hijos serán teñidos por esa forma de trascendencia.

Tengo televisión por cable. ¿Ustedes creen que algún canal internacional se arrugó o carraspeó antes de llamarlo dictador? Ninguno, gente. Ninguno. Estamos de acuerdo en que ver algo muy de cerca puede hacer borrosa nuestra visión, pero no caigamos en la hipermetropía societal de llorarlo. El fue una de las personas que no sólo olvidó que todos tenemos en común que habitamos este pequeño planeta, que respiramos el mismo aire, sino que cometió el sacrilegio de estar orgulloso de ello. Y el de incitar a otros a que también lo olviden.

Te tengo malas noticias, viejo. Serás recordado por los carteles con fotos de carnet. Serás recordado por todo el dolor de las mujeres que clamaron tu nombre buscando una explicación. Y lo peor de todo, tus hijos y tus nietos cargarán con esa trascendencia maldita, la del que hizo guerra sin gloria. La del que pidió lástima para no hacerse responsable. La del capitán que no se hundió con su barco. Yo, en tu lugar, rogaría por olvido, ahora que no hay más que gusanos en tu agenda.

Se murió el viejo. Yo, personalmente, estoy contento. ¿Saben por qué? Porque ahora es tiempo de dar vuelta la hoja. El viejo ya no está para el debate de si fue o no fue, si está viejo o no está viejo. Ahora toca el turno de olvidar, en el caso de los que no pueden lidiar con la idea de que el viejo vive bien y sin culpa. Ahora toca el turno del perdón, para aquellos que sufrieron en su nombre. Y ahora toca el turno, para aquellos que no sangramos en esa lid, de hacer un nuevo mantel, de tejer una nueva bandera. Una que no esté manchada con esa mancha de la duda, del rencor, de las rencillas privadas. Es el turno de trascender como él no trascendió.

Hola, Chile.

Tú y yo vamos a seguir rastros nuevos.

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